La imagen personal es un herramienta muy poderosa que constantemente habla de nosotros. Aun cuando no tenemos la intención de transmitir absolutamente nada, nuestra imagen sigue proyectando una serie de mensajes que son interpretados por quienes nos rodean.
Cuando hacemos la valoración de imagen, no tenemos en cuenta sólo la indumentaria o el peinado, puesto que eso pertenecería únicamente a la imagen externa. Entendemos por imagen externa como el conjunto de herramientas con las que trabajamos de forma estética.
La imagen que proyectamos va mucho más allá, está formada por otros elementos de suma importancia, como son la comunicación verbal, la no verbal y la actitud.
Para tener una buena imagen es necesario que todos estos elementos estén alineados. De nada sirve vestirse de alta costura, si tu expresión corporal no es refinada y elegante, o si tus comunicaciones verbales son groseras.
En este sentido, estaría bien también hacer referencia a los conceptos de belleza y carisma.
La belleza es el atractivo físico de una persona basado en los cánones de belleza. Por otro lado, el carisma es la cualidad o don que tiene una persona para atraer a los demás por su presencia, su palabra o su personalidad. Respecto a estas definiciones, entendemos que la belleza no es garantía de nada, pero que el carisma puede resultar puro atractivo personal.
Partiendo de esta base, entraríamos en un terreno más complejo. Se trata de la visión que tiene uno mismo de su propio aspecto físico. Como profesional de la asesoría de imagen, siempre les pregunto a mis clientes, cómo se perciben. Por supuesto podría hacer, yo misma, una valoración objetiva. No obstante, lo que realmente me interesa es la visión que tienen de su propia apariencia. Esta percepción es imprescindible para trabajar la imagen, integrando todos los elementos reales.
Yo le puedo decir a alguien que tiene una silueta ideal, pero si esa persona no se percibe de esta forma, es imposible avanzar, ya que existe una lucha interna, una negación, un no permitirse ser. Es entonces, cuando entra en juego la demostración. Trabajamos con hechos, no con palabras. No se trata de intentar convencer a nadie, se trata de que esa persona pueda verse desde una nueva perspectiva diferente a la que había tenido hasta ahora. De reconocer y enfocarse en realzar todo aquello que le hace sentirse bien, abriéndose a percibirse de una nueva manera. Es como un despertar, un renacer hacia la autenticidad y la aceptación de uno mismo.
El único camino es dejar de luchar, apartar las quejas y aliarnos con lo que no nos gusta de nosotros mismos para centrarnos en potenciar al máximo todas aquellas cualidades físicas que consideramos propias.
De esta forma estaremos dedicando toda la energía a un proceso de cambio personal y cada paso que nos lleve a percibirnos más valiosos, será como un impulso para abrirnos a experimentar con lo mejor que nos ofrece la vida: nosotros mismos.